Cogió la novela como si fuera la vida. El
principio era excitante, por todo lo que iba a venir después y porque en el
inicio de una novela predomina la imaginación del lector. De ahí hacia la mitad
de la vida de la novela las expectativas crecían. Empezaba a conocer a los
personajes, a las gentes que se iba cruzando por la calle y en el tren y a las
sombras que tenía como vecinos. De ahí al final, la novela perdía fuerza.
Siempre pensó que era porque ya había recorrido gran parte de ella y se le
había hecho tan familiar que le aburría pero no era así. Cuando vio que a
muchos les pasaba lo mismo empezó a pensar que era un problema de la novela, de
la propia estructura de la vida. Y ahí era donde la novela dejaba de ser como
la vida porque la novela ya buscaba un final, un final fascinante y que nadie
hubiera pensado antes aunque los lectores, cuando llegan a él, intuyen ese
colofón e intuyen, también, que toda novela tiene un fiasco y que la mayor
parte de las veces ese fiasco se encuentra en el final y en las páginas que lo
buscan.
lunes, 22 de octubre de 2012
Escriban despacio, dijo la mañana
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