viernes, 5 de octubre de 2012

Historias con Hemingway




Vuelvo a la terraza del Café. Si me atraen es por algo, me digo. No sé el motivo, ni importa. Inventé una profesión a la que me dedico: la de idear nombres para Cafés. Es una labor a la que me aplico con vehemencia. Cada Café tiene su nombre. A veces una chica se sienta en una mesa, justo delante de la mía, y entonces me imagino a Hemingway y pienso en París y en lo que estoy escribiendo y en las mesas con patas metálicas fijadas al suelo y es, en ese momento, cuando surge ese único nombre. Entonces pido otro café mientras la chica se levanta y se acerca a la barra a pagar. Y de ese modo, como Hemingway dejó escrito, sigo escribiendo.

Tengo un tío que es pescador. Pesca desde una roca. Cuando lanza el anzuelo parece que está cazando una mariposa, el gesto es parecido. A mí todos los peces me parecen el mismo, no los distingo. Lo mismo me pasa con muchas personas, no las distingo. Tampoco distingo el aroma que desprende la cocina cuando un pescado está siendo cocinado, parece que todos están condimentados con la misma salsa. El otro día cuando mi tío estaba pescando le dije que me recordaba a Hemingway: “Me recuerdas a Hem”, le dije. Entonces se subió el jersey de cuello alto hasta rozarlo con la barba. “Pescar es algo muy serio. No puedo pescar y escucharte al mismo tiempo. Si no distingues un pez serás incapaz de distinguir nunca a una persona. Si llevaras viniendo cincuenta años aquí, cada noche, a esta roca, sabrías de lo que te estoy hablando”.

«Una chica entró en el café y se sentó sola a una mesa junto a la ventana. Era muy linda, de cara fresca como una moneda recién acuñada si vamos a suponer que se acuñan monedas en carne suave de cutis fresco de lluvia, y el pelo era negro como ala de cuervo y le daba en la mejilla un limpio corte en diagonal. La miré y me turbó y me puso muy caliente. Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta, o sea que esperaba a alguien. De modo que seguí escribiendo.»     
Ernest Hemingway, “París era una fiesta”

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