sábado, 17 de noviembre de 2012

Cuando se escribe

 


Esta mañana he estado en un café clandestino. A veces voy a ese tipo de lugares a escribir. Sé que en ellos nada es lo que es, por eso me he acercado a una mujer que parecía ser una camarera y le he pedido, de manera muy críptica, un despertar, y entonces, al rato, me ha traído un café solo y un cruasán.


I. Fue Hrabal quien escribió que por las mañanas, a la hora del desayuno, no tomaba nada sólido porque su cerebro se llenaba de comida y no le surgían pensamientos chisporroteantes: «Sólo el café y los cigarros me despiertan a la vida tras una noche de insomnio, y todas lo son, tras esas mañanas en las que he perdido las ganas de vivir, de estar en el mundo, y todas son así.»


II. «Era un café simpático, caliente y limpio y amable, y colgué mi vieja gabardina a secar en la percha y puse el fatigado sombrero en la rejilla de encima de la banqueta, y pedí un café con leche. El camarero me lo trajo, me saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir. Estaba escribiendo un cuento que pasaba allá en Michigan, y como el día era crudo y frío y resoplante, un día así hizo en mi cuento.» Ernest Hemingway, “París era una fiesta”


III. El cuarto en el que Hemingway escribía era pequeño. Tenía una chimenea que encendía con unas ramitas de pino. Era una habitación alquilada que sólo utilizaba para trabajar. Por las mañanas se subía mandarinas y castañas asadas en bolsas de papel y cuando un cuento no arrancaba, se sentaba ante la chimenea y apretaba una monda de mandarina para ver el chisporroteo azulado producido por las gotas que caían sobre la llama. También miraba los tejados de París desde la ventana de su cuarto y pensaba: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.»


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