viernes, 5 de abril de 2013

Ideas sueltas II




I. Había llegado tarde a la comida. Aunque hacía calor vio que llevaba una camisa de mangas largas, como dos cañerías de aguas residuales. Fue sentarse frente a él y ver la mancha destacar, justo a la altura del inicio del estómago, allí donde acaba el esternón. Estaba comiendo un guiso de la casa y, aunque ya le quedaba poco en el plato, una parte, del tamaño de una judía, había ido a parar ahí, justo en el eje del cuerpo. Si la salpicadura hubiera caído en la zona del corazón hubiera podido imaginar que era una medalla pero ahí en medio parecía un tiro. Le fue difícil comer sin dejar de mirar constantemente el agujero de bala en el estómago del comensal que tenía delante y más difícil, si cabe, dejar de pensar si el disparo, siendo limpio, tendría también orificio de salida.

II. Sentirse cercano a alguien puede resultar una tarea agotadora. En el metro la gente se siente así; por eso, cuando se abren las puertas todos bajan raudos, sin despedirse,
buscando las escaleras mecánicas para salir a la calle y quejarse de lo distante que es la gente en la superficie.

III. «Un fabricante de antigüedades falsas, que obtenía el efecto de vejez a fuerza de disparos de perdigones y que dijo de una mesa: ahora basta con que nos tomemos en ella dos o tres cafés y podremos mandarla al Museo de Innsbruck.»  F. Kafka, “Diarios”

IV. Ha llamado a la puerta mi vecina checa. La tormenta la ha sorprendido saliendo del metro. Me ha comentado que aquí no estamos acostumbrados a la lluvia, que nos parece algo insólito, y que en su país no podrían actuar así, guareciéndose en casa, porque se pasarían meses sin poder salir a la calle. Después se ha quitado la camiseta porque la llevaba empapada y me ha dicho que los nogales del parque están imponentes, y que le recuerdan a su país, y a su tío que regentaba una funeraria.

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