miércoles, 10 de abril de 2013

Tenía nombre primaveral: Verdeer, se llamaba




10 de abril —La ropa que llevaba no me diferenciaba del resto. Me había puesto una camisa tricolor. Las camisas tricolores no permiten ninguna licencia; sólo, quizás, la de dejarse el botón del cuello desabrochado. La ropa en los personajes literarios pasa desapercibida. Para no serlo habría que hacer como un personaje de Kafka que «llevaba ropas raídas, con algún detalle de distinción, como por ejemplo corbata.»


El personaje de “El extranjero” no sentía aflicción, fue un hombre que debió de haber perdido la memoria. Pensar en “El extranjero” ha sido motivado por “Una casa para siempre”, un cuento de Enric de la Ville-Satam, y su inicio: «De mi madre siempre supe poco. Alguien la mató en la casa de Barcelona, dos días después de que yo naciera.»


Leo “El quadern gris”, el diario de Josep Pla. Me encuentro con ese juego de palabras que acompañan al nombre de un personaje: «En la esquina de la calle vive Roseta Alta, una mujer de una estructura física importante y elevada, como su nombre indica». 

Y este juego se repite incesante, como en el caso de un cuento de Verdeer : «Era alta y delgada como el tallo de un cereal. Incluso la palidez de su piel colaboraba en confundirla con una espiga de trigo. Pensé en acercarme a ella y decirle: Perdone, ¿La señora Triticum? Traigo un mensaje para usted.»



Llegó a la estación cuando ella todavía no lo había hecho. Por la mañana habían decidido coger el primer tren que pasara y llegar hasta el final del trayecto, e ir viendo cómo, poco a poco, el vagón iría vaciándose hasta quedarse solos, y hacerlo, y desear que en ese momento otro tren se cruzara por la otra vía. Y al llegar a la última estación, recorrer el pasillo del vehículo con gesto íntegro y declamar la frase de Sade que los había llevado hasta allí: «No, no, la virtud y el vicio, todo se confunde en el féretro.»

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