sábado, 11 de octubre de 2014

Aquellas noches en Praga, como en cualquier parte



Me he encontrado a mi vecina checa en el metro. Me ha explicado que durante la Guerra Fría pasó varias noches en las alcantarillas de Praga, porque saltaban las alarmas y todos corrían a refugiarse. Me ha comentado que allí aprendió a leer. Y que con los años, levantarse y salir hacia las alcantarillas, se convirtió en algo que no la contrariaba. Allí leyó a Hrabal por primera vez; y también a Hasek. Me ha contado que una noche, durante una de las alertas, leyendo un libro del Hrabal, le impresionó un informe académico sobre la guerra entre las ratas cellardas y las ratas de alcantarilla; y que mientras lo leía, ella tomó partido por las ratas de alcantarilla, que le eran más familiares.

Al llegar a Entença, y cuando estábamos a punto de levantarnos para bajar, me ha dicho que después de cenar se iba a emborrachar, pero que antes leería a Cavafis y, como él, se lamentaría porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
 
 
 

martes, 9 de septiembre de 2014

Esta mañana, cerca de la estación



Por la mañana, cerca de la estación, un hombre grita. Lo hace en una lengua desconocida. Para mí, a esas horas, cualquier lengua es una lengua desconocida. He llegado tarde a coger el tren. A veces me pasa. Después, camino de la oficina, he pensado en escribir un cuento. De la panadería ha salido una mujer con el pelo negro como una golondrina. He seguido subiendo por la calle pensando en Hemingway y en mi cuento, y que en él aparcería una mujer de ojos marrones como el agua de una ciénaga, y que esa mujer hablaría en una lengua extranjera. Me he parado un rato en un semáforo. Es raro porque normalmente no me paro en los semáforos, pero hoy he tenido una mala noche. Y en el cuento, la mujer que habla en una lengua extranjera pensaría que el resto de las personas la entienden, aunque la ignoren. Porque situaciones así pueden darse en un cuento.

lunes, 23 de junio de 2014

De vientos y corrientes literarias II




Parece que se está nublando. Siento que me reactivo cuando el sol desaparece y las nubes lo cubren todo. Es ese el momento en el que pueden empezar a suceder cosas, justo cuando surgen las corrientes de aire, que siendo invisibles, lo agitan todo.

Leo que en Microcosmos, Magris dedica un párrafo a los vientos, que considera como los caprichosos arquitectos del paisaje. «El siroco rompe, la bora barre y se lleva las cosas, la brisa construye y reconstruye». Ya hace años que estoy elaborando un Catálogo de corrientes de aire. En él quiero incluir todos los vientos, y no sólo a los que alguien, en algún momento, les puso un nombre, sino aquellas ventiscas insignificantes que no merecieron jamás la atención necesaria para ser mencionadas. Justo ahora que las nubes siguen cubriéndolo todo y pueden empezar a suceder cosas interesantes, un vientecillo se ha colado por la ventana de mi habitación para modificar el paisaje.

I. Ayer terminé los Diarios (1999-2003), de Iñaki Uriarte. En el mismo momento que leo, me entran ganas de escribir. Si lo hiciera escribiría un libro raro. En los Diarios, Uriarte comenta que El Pensador de Rodin no es una de las mejores obras de Rodin. Que más bien parece un hombre al que le cuesta pensar. En cierta manera quizás sea por eso por lo que no escribo, para no parecer un hombre al que le cuesta escribir.

II. Cuenta Gonçalo M. Tavares que un día escribirá un libro cuyo contenido tendrá apenas cinco palabras: Joao Cabral de Melo Neto, y «quien lo lea atentamente, con la lentitud de los antiguos y de los pacientes, al final dirá: qué bello libro».

jueves, 12 de junio de 2014

Ahora duerme, que mañana naufragaremos




I. Han vivido como sus padres y creían que sus hijos vivirían como ellos. Pero ahora sienten un poco de desasosiego. Ha sido esa gente la que ha vivido como yo vivo cuando viajo, y voy de hotel en hotel, y creo que una parte de la habitación ya me pertenece.

Leo a Walser. Cada vez que leo a Walser pienso en una persona desvalida, y a la vez en alguien que tiene la fuerza de una persona desvalida. Leo también que fue Walser quien facilitó a Kafka «la descripción del núcleo del problema, que no es otro que la situación de absoluta imposibilidad del individuo frente a la máquina devastadora del poder».

II. En la pequeña habitación del hotel desde la que escribo, y que a partir de ahora denominaré como mi parcela, me dedico a leer y a dormir; también a escuchar cómo pasean los borrachos por la calle en su intento de abarcarla de lado a lado.
Llevo en la maleta los Diarios de Iñaki Uriarte. Esta noche leeré un rato. Sé que los Diarios de Iñaki Uriarte, como el diario de Ignacio Vidal-Folch, no son diarios estrictos: son trocitos de cosas escritas [ahí metidas]. Después, cuando afloje un poco el canto de los borrachos, dormiré.

En el comedor del hotel me he encontrado esta mañana a un hombre que tenía intención de apartarse de la sociedad. Quiero alejarme lo suficiente, decía. En su intención de desaparecer parecía un náufrago llegando a nado a una costa desierta. Y entre brazada y brazada parecía querer decirnos, como Tabucchi, que «también el mundo está naufragando, pero nadie parece darse cuenta».

viernes, 2 de mayo de 2014

El Mirador da Graça




I. Seguía apoyado en la puerta. El carnicero de mi barrio es un hombre sencillo. Pienso sólo en dos cosas — me dijo una tarde —, en literatura y en el Mirador da Graça de Lisboa, y quien quiera abarcar más seguro que se equivoca. Me contó que un día pensó en una pareja jugando un partido de tenis frente a la Madeleine y que ese día su mujer lo dejó.

II. Leo que Renard explica la historia de un hombre que se precipitó al abismo, dejando en el borde, para inmortalizarse, una pantufla. Pero nadie encontró nunca la pantufla.

III. No seré yo quien le diga al carnicero de mi barrio que el Mirador da Graça ya no se llama así, que ahora tiene un nombre que parece una mermelada: Sophia de Mello Breyner Andresen.

jueves, 13 de marzo de 2014

Moldava




Siempre he querido vivir en una ciudad por la que pasara un río como el Danubio, el Sena o el Moldava. Y vivir en la parte baja, al borde del agua, y ver gorriones y no gaviotas. En mi ciudad las gaviotas se comen a los gorriones. Y vuelan tras el camión de la basura. Antes las gaviotas perseguían, al atardecer, a los barcos de pesca. Desde la costa los veíamos llegar, a lo lejos, y las gaviotas nos parecían moscas que se abalanzaban sobre el ojo de un caballo. Pero ahora sólo llegan barcos de turistas al puerto, y las gaviotas se comen a las palomas.