domingo, 12 de enero de 2014

Dama de Porto Pim


«Llamadme Ismael».

Podría haberse llamado así, Ismael G, pero eso fue antes del naufragio. Y aunque el naufragio fue breve tuvo tiempo para pensar. Y mientras pensaba, en ese espacio de tiempo entre estar arriba o abajo, determinó que buscaría un lugar apropiado para vivir, alejado suficientemente del mar como para no sentir el olor de la sal. Y recordó a Magris, y decidió que a partir del hundimiento viviría en Viena, ya que «Viena es un lugar de náufragos».


I. En Horta, el día de la fiesta de los balleneros, los patronos alinean sus barcos en la bahía de Porto Pim y se organiza una procesión. Tras el cura van las mujeres y los niños, y finalmente los balleneros «cada uno con el arpón al hombro. Marchan muy circunspectos y van vestidos de negro. Entran todos en la capilla para asistir a la misa y dejan los arpones apoyados contra el muro exterior, uno al lado del otro, como en otros lugares se apoyan las bicicletas».

II. Antero de Quental, tras apretar el gatillo del revólver, tuvo un momento de conmoción al comprobar que podía seguir viendo los árboles y la plaza en la que había decidido concluir su obra. En ese breve espacio de tiempo, entre estar más allá o seguir todavía aquí, «accionó el mecanismo del revólver e hizo fuego por segunda vez», la que fue definitiva.

III. «He comprendido que el Occidente no tiene fin sino que sigue desplazándose con nosotros, y que podemos perseguirle a nuestro antojo sin jamás alcanzarle.» Antonio Tabucchi

IV. Y vuelvo a Ismael, que sabía nadar lo justo como para no poder salvarse casi ni a sí mismo.

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