sábado, 25 de enero de 2014

El realista que vio el mar a lo lejos




Hay días de escribir oscuro, de alejarse del realista y también del romántico. Renard escribía que el romántico veía el mar en un armario de espejo, y el realista veía un armario de espejo en el mar. Y que el espíritu preciso, «ante el espejo dice: Esto es un armario de espejo, y, frente al mar: Es el mar.»

Tabucchi dejó por escrito que les médecins-philosophes veían la personalidad como una confederación de varias almas, «porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico» que rompe con la ingenua tradición cristiana de un alma única. Y que, a lo largo de la vida, puede surgir otro yo más fuerte y potente que destrone al yo hegemónico existente y pase a dirigir esa confederación de almas. No hay que oponerse a ello ya que «entraría en conflicto consigo mismo, y si quiere arrepentirse de su vida, arrepiéntase, en fin, si usted empieza a pensar que esos chicos tienen razón y que hasta ahora su vida ha sido inútil, piénselo tranquilamente, quizá de ahora en adelante su vida ya no le parecerá inútil, déjese llevar por su nuevo yo hegemónico y no compense su sufrimiento con la comida y con limonadas llenas de azúcar.»

No termino de dejar de relacionar una cosa con otra: el armario de espejo de Renard y la confederación de almas de Tabucchi. Flaubert en el Diccionario de lugares comunes liga el alma con el espejo al decir que el rostro «es el espejo del alma. Por lo tanto, hay personas que deben tener el alma bien fea. Un rostro agradable es el más seguro de los pasaportes.»

domingo, 12 de enero de 2014

Dama de Porto Pim


«Llamadme Ismael».

Podría haberse llamado así, Ismael G, pero eso fue antes del naufragio. Y aunque el naufragio fue breve tuvo tiempo para pensar. Y mientras pensaba, en ese espacio de tiempo entre estar arriba o abajo, determinó que buscaría un lugar apropiado para vivir, alejado suficientemente del mar como para no sentir el olor de la sal. Y recordó a Magris, y decidió que a partir del hundimiento viviría en Viena, ya que «Viena es un lugar de náufragos».


I. En Horta, el día de la fiesta de los balleneros, los patronos alinean sus barcos en la bahía de Porto Pim y se organiza una procesión. Tras el cura van las mujeres y los niños, y finalmente los balleneros «cada uno con el arpón al hombro. Marchan muy circunspectos y van vestidos de negro. Entran todos en la capilla para asistir a la misa y dejan los arpones apoyados contra el muro exterior, uno al lado del otro, como en otros lugares se apoyan las bicicletas».

II. Antero de Quental, tras apretar el gatillo del revólver, tuvo un momento de conmoción al comprobar que podía seguir viendo los árboles y la plaza en la que había decidido concluir su obra. En ese breve espacio de tiempo, entre estar más allá o seguir todavía aquí, «accionó el mecanismo del revólver e hizo fuego por segunda vez», la que fue definitiva.

III. «He comprendido que el Occidente no tiene fin sino que sigue desplazándose con nosotros, y que podemos perseguirle a nuestro antojo sin jamás alcanzarle.» Antonio Tabucchi

IV. Y vuelvo a Ismael, que sabía nadar lo justo como para no poder salvarse casi ni a sí mismo.

miércoles, 1 de enero de 2014

Fuera de aquí




Llevaba los pantalones subidos casi por encima del ombligo. El corte era de los años cincuenta, aunque él es un escritor contemporáneo (más aún que contemporáneo: vigente). Era la imagen que cualquiera podría hacerse de Nuestro hombre en la Habana, de Graham Greene. Había llegado a Barcelona, posiblemente para espiar. Me comentó que cuando escribió su primer libro no consiguió sentirse escritor, porque recordaba haber leído una vez que para ser escritor había que haber escrito, al menos, una veintena de libros, y de estos, alguno mínimamente bien.

 
I. A la mañana siguiente me pasé por el bar París de la calle París. «Es un café simpático, caliente  y limpio», como el café en el que Hemingway se puso a escribir una mañana en el París de verdad. Y como él, yo también me puse a escribir, y a traer a mi cuento todo aquello que pasaba a mi alrededor. Aquel día, en el París París, Hemingway estaba escribiendo un cuento que acontecía en Michigan, y como el día era crudo y frío, un día así hizo en su cuento, y también en el mío, aunque mi cuento pasaba en Praga, a las afueras de París.

 
II. Leo como un escritor británico observa en una terraza a la amiga del escritor de Fuera de aquí. Y cómo «muy posiblemente, ese día aquel individuo, al mirarla de aquel modo, sólo estaba trabajando… observando a mi amiga con la intención de meterla en su libro».

 
III. Y el libro, tan lleno de personajes insertados, encuentra su final con Hrabal, en Una soledad demasiado ruidosa, mientras prensa libros y papel viejo, y monta con ellos  paquetes. Así durante treinta y cinco años, «hasta el punto de parecer una enciclopedia», y siguiendo el ritual que consiste, «no sólo en leer estos libros, sino en meter alguno en cada paquete que prepara, y es que tiene la necesidad de embellecer cada paquete, de darle su carácter, su firma».

 
IV. No apareció por allí. Ni rastro del escritor vigente. Bien podría, en ese mismo momento, encontrarse ya de vuelta en la Habana o en el crudo invierno de Michigan. No hubiera debido extrañarme que, como escritor francés, Vila-Matas se hubiera despedido a la francesa, aunque albergaba aún la posibilidad que estuviera todavía en Barcelona, incluso en la calle París, observándome pero sumido, como escribió en uno de sus libros, en esa «contradictoria pulsión radical hacia la discreción», tan propia, por otra parte, de su oficio de espía.