martes, 3 de febrero de 2015

Un día volveré




I. El tren parecía que volaba esta noche. Como si los suicidas lo hubieran dejado para mañana. En el vagón he estado leyendo Un día volveré, de Juan Marsé, y cómo al padre de Jan Julivert lo fusilaron dos veces. Cuenta Suau que la primera vez lo sacaron de la checa un día al amanecer, con otros elementos del POUM, pero lo fusilaron deprisa y mal, y se salvó. Y que luego, cuando entraron los otros, en el treinta y nueve, lo detuvieron otra vez y fue fusilado de nuevo. «Y esta vez lo consiguieron, los cabrones».

II. Anoche llamó a la puerta mi vecina checa. Me dijo que había estado mirando la luna y que sí, que volvía a verla más cercana, como cayendo. Le dije que era imposible poder medir eso a simple que vista. Entonces ella, como si no me hubiera prestado atención, me dijo que mis ojos cada día estaban más verdes, que debía de ser que pronto llegaría la primavera, y que había tenido un novio que en otoño los ojos se le ponían otoñales, y que no podía dejar de llorar. Se despidió y  volvió hacia su casa, y yo salí al balcón para ver la luna desplomarse, aunque no puedo asegurarlo.

III.  «Hombres de hierro, le oímos decir alguna vez al viejo Suau, forjados en tantas batallas, hoy llorando por los rincones de las tabernas».

IV. En la estación he tenido que ceder el paso a un viejo que tenía prisa por llegar a algún sitio. Después, en el tren, he vuelto a pensar en ese hombre, y en el padre de Jan Julivert. Ambos tratando de escapar, y como escribió Borges: procurando no morir en el patio de un cuartel, «en el alba, fusilado por hombres llenos de sueño».

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