sábado, 24 de octubre de 2015

Cuando la muerte te toca de lejos, parece otra.



Muere gente que parecía ya muerta. Y cuando aquí se cita a la muerte, ¿dónde están todos los duelistas con sus pistolas?

Recuerdo un día un entierro. Hacía frío, como en todos los entierros. El invierno también contribuía a ello. Y el de la caja, como si la cosa no fuera con él.

No es el momento de recordar que de camino al cementerio vimos un bar. Tapas calientes y bebida fría para después, habiendo ya dejado al muerto.

Tú que eres joven, me dijo una vecina en el ascensor; pero para nosotros, todos los inviernos son una incertidumbre.

El frío, la muerte, el de la caja. Todo tan bien relacionado.

Y a pesar de ello, cuando la muerte te toca de lejos parece otra.


Y siempre tan inoportuna, como la lluvia.

Apaga la luz, que la oscuridad es ya un entrenamiento.

En Danubio, de Magris, había un vigilante que por las noches cazaba liebres con un fusil, con ese cuidado que los vigilantes tienen de no dañar el mármol de las tumbas.

Mañana, al amanecer, ya todo se habrá olvidado, a la espera del siguiente.

jueves, 22 de octubre de 2015

Hambre de realidad, de David Shields



«Creo que las metáforas “hacer un círculo con las carretas” y “defender el fuerte” son poco acertadas. Los bárbaros que se hallan a las puertas de la ciudad siempre están dispuestos a negociar un poco, y los que están dentro suelen terminar gritando: “Somos lo único bueno que hay en el mundo y ustedes no lo entienden”, momento en el que los bárbaros se encogen de hombros, arrasan los muros con armas tremendamente poderosas y construyen un aparcamiento sobre el suelo sagrado. Si están de muy buen humor, levantan una pirámide de cráneos.»

 

Hambre de realidad, de David Shields


sábado, 10 de octubre de 2015

Marca de agua, o como ver nadar a Greta Garbo




Esto no es más que una tentativa. Lo que me gustaría es poder oler lo que olió Joseph Brodsky cuando llegó a Venecia, el olor de algas heladas. Y ver también lo que vio Joseph Brodsky cuando salió de la stazione de Venecia una noche de invierno, un manojo de algas heladas sobre una roca mojada. Y como él, conocer a Ariadna y sentir que en el trayecto del vaporetto se iba enamorando; y cómo ella después le presentó a su marido y a su hermana, una mujer, al parecer, bellísima, más que su Ariadna, y más brillante, y, «por lo que dedujo, aún más casada». 

En esta tentativa no olvidaré que soy un hombre de mar. Cuando Joseph Brodsky decidió ir a Venecia, pensó alquilar una habitación en la planta baja de un palazzo. Y así lo cuenta en el libro Marca de agua: alquilar una planta baja para que las embarcaciones salpicaran su ventana. Y sospecho que también para aprovechar la niebla local, la nebbia, y desaparecer; porque en este intento mío de leer, escribir y volver a leer, tengo la certeza que esa es su búsqueda: hallar la invisibilidad, y de no conseguirlo, «en vez de coger un tren, comprarse una pequeña Browning y volarse los sesos, incapaz de morir en Venecia por causas naturales». 

No hay ballenas en Venecia. Por un momento he olvidado la intención inicial. Me he desviado de mi tentativa, que es escribir sobre lo que leo; aunque, como comenta Joseph Brodsky, desviarse en Venecia es lo natural, lo que hace el agua. 

«Es como ver nadar a Greta Garbo». Al no haber ballenas en Venecia (al menos no se dejan ver) uno debe concentrarse en Greta. Ahora una gaviota se ha posado en mi ventana. El hecho de escribir mientras leo también permite contar lo que me está sucediendo. Y la gaviota, con ese porte que tiene, altiva; y esa intención: la de sacarte los ojos si la dejaras. Y también, escribir mientras leo, me permite contar lo que pienso. Voy pocas veces a la iglesia. Sólo en los funerales o las bodas. Y mientras el cura dice su misa, yo pienso en mujeres. Incluso preferiría que las misas fueran en latín, para no distraerme; porque aunque estés pensando en otra cosa, el oído no se cierra y hay palabras que te distraen. Pero, en cuanto puedo, vuelvo a las mujeres, y a las piernas de esas mujeres, y a los pechos de esas mujeres. Y si hubiera realmente un dios que castigara por ello; allí mismo, porque el sitio es el más apropiado, hubiera caído fulminado más de una vez.