lunes, 11 de septiembre de 2017

Apuntes de un Manifiesto sobre el desamor I


«Cómo empezar». Así comienza el libro La parte inventada, de Fresán. Y continúa: «O mejor todavía: ¿Cómo empezar?». Y así estoy ahora: recogiendo ideas, ya que tengo la intención de escribir un Manifiesto sobre el no-amor. Porque hay gente así. Porque hasta aquí hemos llegado. «Pero lo peor de todo es empezar, empezar, empezar», escribía Donald Barthelme.


Cuando me propuse escribir sobre este tema, alguien me dijo que me lo tomara «como un ejercicio construyo-destruyo; construyo, se cae; construyo, lo derriban; construyo, me desalojan; construyo, me muero». Y voy a seguir ese consejo. Voy a ir anotando, sucesivamente, todas las ideas que darán forma al Manifiesto, hasta que llegue a ese punto, ese construyo: el mundo se está yendo al diablo, en el que pueda decir que ya no tengo ideas, que ya he bajado los brazos.


Nota I: Me gusta la gente que renuncia, porque en eso hay algo de romanticismo, de suicidio: el máximo suicidio al que puede llegar hoy un poeta. Porque la renuncia, el no, no es matizable. Cuando incluso la muerte lo es: uno muere pero para algunos puede ya llevar años muerto. La renuncia, también la lentitud, es una forma de Résistance: el último reducto del marxismo. Y ahí veo el Bartleby de Melville, ese hombre que, en su renuncia, decía no, y lo decía constantemente. Y aunque lo que realmente expresaba era que «preferiría no hacerlo», en ese condicional se entendía que no quería hacerlo, y no lo haría. En definitiva, me gusta la gente que renuncia, que se niega, y que en el desamor muestra su militancia.

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