Me ha dicho mi vecina checa que ella aprendió a leer
leyendo a Hrabal, a Kafka, a Hasek, mientras que su madre bebía ginebra leyendo
a Rilke. Pero que fue su madre la que la llevó a la literatura en el tiempo que
el bloque soviético se venía abajo. Y que su madre odiaba a Brodsky. Decía que
si no podías fiarte de una persona, no podías fiarte de lo que había escrito.
Le he dicho que su madre quizás se equivocaba. Después he ido a buscar unas
cervezas porque estábamos viendo una etapa en diferido del Tour de Flandes.
Entonces me ha dicho que lo mismo que su madre la acercó a la literatura,
también la había llevado a sentirse siempre sola; que por las noches, mientras
lee, evita leer a Rilke, porque sabe que Rilke la empujará a beber un vino seco
que la dejará seca. Y que la poesía no es suficiente, que por dentro todo se le
mueve; que a veces piensa en irse a su país, y que sólo cuando está bebiendo o
follando parece que se le pasa, pero que luego vuelve. He abierto otra cerveza
y ella ha empezado a decirme que sólo una vez, en su país, se fue a la cama con
una chica. Recuerda que tenía los pechos pequeños y muy blancos, y que empezó
chupárselos mientras que la otra chica tiraba la cabeza hacia atrás, y entonces
ella seguía con más intensidad, como si el echar la cabeza hacia atrás
significase que todo iba bien, que aquella noche ninguna de las dos iba a
sentirse sola.