sábado, 31 de marzo de 2018

Good bye, Lennin!




Me ha dicho mi vecina checa que ella aprendió a leer leyendo a Hrabal, a Kafka, a Hasek, mientras que su madre bebía ginebra leyendo a Rilke. Pero que fue su madre la que la llevó a la literatura en el tiempo que el bloque soviético se venía abajo. Y que su madre odiaba a Brodsky. Decía que si no podías fiarte de una persona, no podías fiarte de lo que había escrito. Le he dicho que su madre quizás se equivocaba. Después he ido a buscar unas cervezas porque estábamos viendo una etapa en diferido del Tour de Flandes. Entonces me ha dicho que lo mismo que su madre la acercó a la literatura, también la había llevado a sentirse siempre sola; que por las noches, mientras lee, evita leer a Rilke, porque sabe que Rilke la empujará a beber un vino seco que la dejará seca. Y que la poesía no es suficiente, que por dentro todo se le mueve; que a veces piensa en irse a su país, y que sólo cuando está bebiendo o follando parece que se le pasa, pero que luego vuelve. He abierto otra cerveza y ella ha empezado a decirme que sólo una vez, en su país, se fue a la cama con una chica. Recuerda que tenía los pechos pequeños y muy blancos, y que empezó chupárselos mientras que la otra chica tiraba la cabeza hacia atrás, y entonces ella seguía con más intensidad, como si el echar la cabeza hacia atrás significase que todo iba bien, que aquella noche ninguna de las dos iba a sentirse sola.